viernes, 29 de julio de 2011

QUERIDA LUCIA



Querida Lucia:

Hace más de un mes que estas ahí. Tan lejos de mi y tan cerca de la fantasía donde siempre quisiste estar y nunca te dejaron. Encerrada y libre; libre y lejana. Creando realidades metafóricas con la imaginación y recogiendo suspiros sin dueño.

Te confieso que como tantas otras veces estuve a punto de desistir, de fragmentar mis ilusiones y lanzarlas al viento como has fragmentado mis cartas una tras otra; pero me animó a escribirla el pensar que podríamos tener un contacto aunque sea fugaz, pero en mi mente eterno.  

Pienso mucho en eso, en el coraje que me da ver como desprecias mis palabras que tantas veces fueron tu consuelo y sin más ni más ahora son nada, de la nada y para la nada, o mejor dicho para nadie. Para el vacío, para el recuerdo, para una soledad que es tuya y mía.

Me han dicho que estas bien, tranquila; pero yo diría más bien ajena, distante, fuera de la realidad que tantas y tantas veces fue tú martirio y que te convirtió en lo que ahora eres, un lucero, un viaje sin retorno, una ausencia que me desespera y me enloquece. Una locura que me hace perder la razón.

Estas presa entre muros de concreto pero volando en tu mente hacia lugares lejanos; donde no estoy yo, sólo tú, tú mundo y tus ganas de no volver jamás.  Mientras tanto yo me encuentro encerrado entre otro tipo de muros; en los que has construido para mí con tu indiferencia.

Te aferras a decir que no me conoces cada que te visito, pero con maestría y dulzura cuando notas que estoy a punto de hacer un reclamo agregas que a pesar de todo me recuerdas de un sueño. Y entonces sabes (porque claro que me conoces) que no podre decir nada, ni reclamar nada, ni fastidiarte con reproches absurdos.

Entonces sólo me queda contemplar tus ojos cansados que solían perderse en mi mirada, mientras reconstruyo en mi mente aquellos días donde me contemplabas y yo encontraba en ti las respuestas que buscaba.

Dicen que te comportas extraño cada vez que recibes una de mis cartas. Dicen que el ritual es siempre el mismo, como si lo tuvieras ensayado. Te informan que te ya llegado una carta (de antemano sabes que es mía), con un gesto pides que la coloquen en la mesita que está dentro de tú cuarto, la miras con indiferencia y continuas haciendo lo que sea que estés haciendo. Cuando notas que la enfermera sale de la habitación tomas la carta.

Pero no la tomas para leerla, sino que te cercioras de que sea mía y entonces gritas que no quieres ver esa cosa cerca de ti, que se la lleven, que la quemen o que la rompan pero que la alejen de ti.

Es entonces cuando entra una enfermera, toma la carta y tú corres hacia ella y dices –mejor lo hago yo-. Acto seguido mi carta queda hecha pedazos y estos son   lanzados  al viento mientras gritas –¡nunca más, nunca más!-.

Lo siguiente es aún más extraño; me han contado que quedan esparcidos los trozos de papel por todo el cuarto y entonces tú te arrojas a la cama llorando desconsoladamente, pero no pasan ni cinco minutos antes de que te levantes y recojas los pedazos con desesperación. Dicen que junto a tu cama hay siempre una cinta con la que pegas mis cartas una vez que has reunido todos los fragmentos.

Dicen también que si no encuentras alguna pieza del rompecabezas que haces de mis cartas te pones literalmente como loca. Avientas los muebles, destiendes la cama y corres con todos los demás pacientes preguntándoles quien tienen la parte que le falta a tú carta y amenazando con golpear a quien la esconde si no te lo devuelve  en ese instante.

Sufres y te acongojas como si fuera una parte de tu alma la que se hubiera perdido, como si te faltara algo, como si estuvieras incompleta; los doctores dicen que es una forma de reconstruirte, una metáfora de los pedazos de tu corazón rotos que cuidadosamente juntas para volverlos a unir.

Es preciso entonces llamar refuerzos para calmarte mientras todos buscan con preocupación el único objeto que habrá de devolverte la cordura; al menos momentáneamente.

Menos mal que nunca falta quien descubre al pequeño trozo de papel escondido en la esquina de la cama o tendido en el patio, donde queda después de escapar como tú volando por la ventana. María (la enfermera que se encarga de ti) me cuenta que entonces tomas el papel en tus manos y lo abrazas como si fuera un gran tesoro para después colocarlo en su lugar como la pieza final del rompecabezas.

Me comentó María que hace unos días Miguel, un paciente esquizofrénico, por orden de una de sus alucinaciones escondió uno de los pedazos de tu carta. Los buscaste como loca (disculpa el pleonasmo porque así es como dicen que estas). Una loca buscando algo como loca ¿no te parece una ironía?

Pero en fin, según lo que me contaron lloraste durante días por no poder completar tu carta, dejaste de comer y golpeabas a quienes creías sospechosos de haberte robado un insignificante pedazo de papel. Hasta que un día la alucinación de Miguel decidió que era momento de devolverte tu preciado tesoro y de no haber sido por la intervención de los doctores quien sabe que habría sido del pobre esquizofrénico. Eso te costo una semana de aislamiento.

Ellos dicen que estás loca. Quizá usan palabras que tienen mucho más estilo pero acaba siendo siempre lo mismo: términos para designar estados de seres humanos que tienen el valor de decir lo que otros callan. Por qué al final del día ¿quién de nosotros está realmente cuerdo?  ¿Quién decide que es coherente y que no lo es?

La coherencia de nuestros discursos en sociedad no representa una señal de cordura, sino más bien un intento desesperado por encajar en un mundo de exigencias, de máscaras, de engaños. La locura es el valor de defender nuestros verdaderos pensamientos aún en contra de la crítica voraz.

Por eso yo no creo que estés loca, yo pienso que decidiste ser tú y el mundo te juzgo por eso, como se juzga a todo aquel que trata de buscar su identidad fuera de las absurdas reglas establecidas. Construiste castillos en el aire y yo me quede aquí viendo como los construías, tan lejos de mi pero tan cerca del cielo.

Y yo se que aunque digas que no me recuerdas piensas en mi tanto como yo en ti, sé que soy parte aún de tus tristezas y tus alegrías y sé también que algún día estaremos juntos nuevamente. Porque tú eres mi locura y yo soy tu razón.

Ahora eres la fantasía, el sueño, un caleidoscopio de ilusiones donde no cabe la frialdad del mundo. Eres todo pero no eres mía. Es el precio que hemos tenido que pagar para que volaras libremente y como quisiera poder algún día volar a tú lado.

Vuela libre que te esté esperando.
Como siempre, siempre tuyo.

Atte: quien siempre escribe esperando una respuesta. 

PASEO POR LA SEMENTERA DE LAS FLORES













XOCHIMILCO: PALABRAS

POR CHARLES TOMLINSON

     Bajo su toldo,
     Cernuda visitó
     este lugar, oyendo sólo ecos
     de sabiduría extinta, de vida abdicada.
     Cuerpos callados
     tendían una flor o un fruto
     al paso de sus barcas,
     y era claro que conocían el secreto,
     pero no lo dirían.
     Un cielo velado enturbió las aguas,
     los chopos enfermaron, los músicos
     parecían haber envejecido.
     Bajo las ramas fúnebres,
     vio las barcas con flores
     aventurarse
     a rendir tributo periódico
     a su recuerdo ahogado del lugar.
     Al envolverlos en palabras,
     gustó de esa satisfacción amarga
     que liberó las riendas de su lengua y su pluma.
     Hoy no pide más, para dispersar
     este conjuro y maldición —propios de Klingsor—
     que las palabras brindan a las cosas,
     que esta dulce acritud
     flotando a la deriva en la percepción, donde
     un par de vendedores se recogen
     sobre el brasero, tostando maíz,
     mientras arriba, en la ribera,
     un potro patizambo
     con una rama entre sus dientes
     mastica hojas tan verdes
     como él, y se acerca al trote hasta los ojos
     como si el aroma del humo
     lo hubiera devuelto a la vida
     y el cielo contra el que se mueve
     pudiera revivir aquellas nitideces
     de contorno y matiz
     que, una vez, en el aire enrarecido,
     parecieron aniquilar la distancia.

(Reviste Letras Libres -Abril 2002)